martes, 12 de noviembre de 2013

EL DERECHO A DESTRUIRSE


"Nadie está libre de decir estupideces. Lo grave es decirlas con énfasis".
Montaigne


En estos tiempos tan turbios para el deporte, quiero empezar este blog mostrando cuales son mis principios, posicionándome ante esa panda de golfos apandadores que pululan por este bello deporte, indeseables tramposos que deberían ser sancionados a perpetuidad.

 La carta que aquí les muestro tiene ya sus años. La misiva estaba dirigida a la sección Cartas de El País Semanal y hacía referencia a un artículo (El derecho a destruirse) del escritor Javier Cercas, publicado en dicho suplemento el día 4 de diciembre de 2005 en su sección Palos de ciego (título, ahora me doy cuenta, de lo más elocuente), en el que lamentablemente el escritor hacía apología del doping.

 Mi carta de respuesta no fue publicada en la revista. Es por ello que la traigo a colación. Mi carta y el artículo de Javier Cercas, para que puedan posicionarse ustedes mismo.
 Groucho Marx decía aquello de "Estos son mis principios, y si no le gustan... bien, tengo otros". Yo no puedo decir lo mismo. Esto son mis principios y si no les gustan no se hagan seguidores de este blog.

Leo en el suplemento del 4 de diciembre el artículo El derecho a destruirse, sobre el dopaje, y me quedo anonadado. En él, Javier Cercas dice que el primer argumento usado contra el dopaje (quién se dopa hace trampas, pues mejora artificialmente su rendimiento y coloca a sus competidores en situación de desventaja) carece de la menor consistencia, pues, según él, "si todos los deportistas pudieran doparse todos estarían en igualdad de condiciones y nadie se hallaría en desventaja".
 Sr. Cercas, ante tamaña barbaridad, yo le pregunto: ¿Por qué hemos de vernos obligados a hacer trampas para igualarnos con los tramposos? ¿Por qué hemos de usar drogas, dañinas para el organismo, para igualarnos a ellos?
 Que unos atletas -que no merecerían llamarse así- decidan darle la espalda al juego limpio del barón de Coubertin, no debe invitar al resto de deportistas a contravenirlo. La legitimidad absoluta que atribuye al récord de las atletas alemanas dopadas de su época, es un fraude contra las atletas de los otros países y de otros tiempos.

Pedro Delgado Fernández



PALOSDECIEGO
El derecho a destruirse
Por Javier Cercas

Leí en una crónica de Juan José Fernández que Inés Geipel, velocista de la extinta República Democrática Alemana, ha solicitado que se borren de los ránkings oficiales sus récords, entre ellos la plusmarca alemana de clubes en la prueba de 4 x 100 metros libres. El motivo de esta petición insólita es conocido: al parecer, durante años, los deportistas de la RDA -así como los de otros países gobernados por regímenes comunistas- fueron obligados a ingerir sustancias prohibidas con el fin de mejorar su rendimiento, lo que por lo visto explicaría que algunas marcas mundiales conseguidas hace veinte años (entre 1983 y 1988 se establecieron 12 de los actuales récords mundiales femeninos) hoy día ni siquiera se rocen, igual que explicaría el hecho de que algunos países, entre ellos la propia Alemania, se hayan visto obligados a indemnizar a antiguos deportistas de élite que contrajeron graves enfermedades a causa de esos programas de dopaje forzado.

Inés Geipel

 A primera vista, el gesto de Inés Geipel, además de un tanto aparatoso -por no decir teatral-, parece encomiable; no hay que descartar que sea de una necedad perfecta. No diré que el hecho de que Geipel, que al retirarse como atleta padeció bulimia y serios problemas de obesidad, sea en la actualidad profesora universitaria y presidenta del Círculo de Autores Alemán avala esta sospecha, pero tampoco la elimina. Confieso que nunca he entendido todo el asunto del dopaje, un asunto que, sobra decirlo, no afecta sólo a los antiguos países comunistas, sino que está a la orden del día en todas partes y en casi todos los deportes. Por supuesto, es inaceptable que a los deportistas, como a cualquier otra persona, se les obligue a drogarse, o que se les drogue sin que tengan conocimiento de ello, y de las consecuencias que acarrea. Pero ¿y si son ellos los que, como ocurre casi siempre (como ocurría también en los países comunistas), deciden drogarse para mejorar sus marcas? Conocemos los argumentos usuales contra el dopaje. Uno: quien se dopa hace trampas, pues mejora artificialmente su rendimiento y coloca a sus competidores en situación de desventaja. Dos: quien se dopa pone en peligro su salud y hasta su vida. El primer argumento carece de la menor consistencia: si todos los deportistas pudieran doparse -es decir, ingerir las sustancias que más convienen a su organismo para que éste dé lo mejor de sí mismo-, todos estarían en igualdad de condiciones y nadie se hallaría en desventaja; por eso el gesto de Geipel es una necedad: todas las atletas alemanas de su época se dopaban, así que todas corrían en las mismas condiciones, y por tanto su récord es de una legitimidad absoluta. En cuanto al segundo argumento -el que atañe a la salud de los deportistas-, es irrefutable, pero también rigurosamente insuficiente, porque en una sociedad libre todo el mundo debe tener derecho a poner en peligro su salud, o incluso a destruirse, como le plazca, siempre y cuando no destruya a nadie con él. Claro que hay razones menos estúpidas para poner en peligro la propia salud que rebajar una marca de atletismo en medio segundo, pero ése no es motivo suficiente para impedir que alguien lo haga si así lo ha decidido.
No se escandalicen. Piensen en lo que ocurriría si elimináramos los logros obtenidos con la ayuda de las drogas por políticos, por periodistas, por empresarios, por artistas. De los escritores, ni hablemos. Cuenta Graham Greene que a finales de los años treinta se sometió a una dieta salvaje de bencedrina para forzar su ritmo de escritura. El resultado fue que en ese tiempo escribió El agente confidencial y terminó El poder y la gloria; también, que se vio sumido en una depresión sin fondo que acabó destruyendo su matrimonio y a punto estuvo de destruirle a él. El caso de Greene no es, como se sabe, insólito. De hecho, la historia de la literatura apenas registra el nombre de algún escritor que no se dopase del modo que fuese, y yo sólo conozco a dos novelistas -J.M.Coetzee y Kazuo Ishiguro- capaces de aguantar a pie firme un cóctel literario entero sin embriagarse. De acuerdo, Ishiguro y Coetzee son dos de los mejores, pero ¿qué hacemos con los demás? ¿Obligamos a que desaparezcan de las librerías El agente confidencial y El poder y la gloria porque fueron escritas con la ayuda de la bencedrina? ¿Prohibimos las obras completas de James Joyce y Ernest Hemingway y Samuel Beckett y Scott Fitzgerald y William Faulkner porque fueron escritas con la ayuda masiva del alcohol? ¿Y qué ocurriría si sometiéramos a controles antidopaje a políticos, periodistas, empresarios y artistas?
 ¿Cuántas constituciones y tratados, cuántos periódicos, cuántas empresas, cuántos cuadros y esculturas superarían la prueba? En too este asunto del dopaje en el deporte, el fariseísmo y la hipocrecía alcanzan cotas fabulosas. Y, por favor, no nos vengan con la pamema de que los deportistas deben ser un ejemplo para la juventud: si ellos lo son, con mayor motivo deberían serlo políticos, periodistas, empresarios, artistas y escritores. Vivir es un deporte de riesgo, y hemos construido la civilización a base de destruirnos, con las drogas y con lo que teníamos a mano. Excluir las drogas del deporte es excluirlo de la civilización.


Javier Cercas, en El País Semanal, núm. 1.523, 4 de diciembre de 2005, pág.12.

2 comentarios:

  1. En relación con los tramposos de los que hablaba más arriba, mi amigo Juan Sarria Cuevas (un ilustre del atletismo malagueño) me envía el siguiente enlace:

    http://www.leonoticias.com/frontend/leonoticias/Confirmado-El-Atleta-Leones-Sergio-Sanchez-Se-Dopaba-Con-EP-vn130749-vst250

    Si esto ya se sabía. Si es que no es normal que de buenas a primeras se pusiera a correr tanto. Y qué lástima que los de las bolsas de sangre de la Operación Puerto se vayan a ir de rositas. Pero, ¿qué podemos esperar? Esto es España. Si no hay culpable para el chapapote del Prestige, imagínense para ese otro chapapote "colorao".

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  2. Me envían más enlaces relacionados con el dopaje de Sergio Sánchez; alguno escandaloso, como esa posibilidad de que el positivo del atleta pueda quedar sin sanción. Lean y juzguen ustedes. Como decía el otro día Teodoro León Gross, en el diario Sur, "¿Justicia? Oiga, esto es España".
    http://www.foroatletismo.com/actualidad/el-positivo-de-sergio-sanchez-podria-quedar-sin-sancion/
    El título del segundo enlace es genial: "Amigo mío, que no nos chupamos el dedo..."
    http://www.foroatletismo.com/actualidad/sergio-sanchez-alberto-lozano-dopaje/

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