miércoles, 28 de noviembre de 2018

CUANDO DE VERDAD SE APRENDE ES EN LA DERROTA


Niños jugando al fútbol en la calle (Gjirokastra (Albania), agosto de 2017)
Fotografía: Pedro Delgado Fernández

El otro día, haciendo limpieza en la mesa de mi departamento en el instituto, me encontré con el recorte de este artículo, firmado por el periodista Jorge Marirrodriga en El País. Un texto que, después de copiarlo aquí para ustedes, he dejado pinchado en el tablón del gimnasio para que lo puedan leer mis alumnos.

EL ACENTO / JORGE MARIRRODRIGA 

CUANDO DE VERDAD SE APRENDE ES EN LA DERROTA  

Este periódico, en su sección Verne, informaba esta semana  de que algunos equipos de fútbol de Galicia han decidido eliminar los goles de los resultados en sus categorías inferiores. Afirman que lo hacen por respeto a los niños y niñas que juegan, que no se trata de sobreprotegerlos sino de educarlos en valores deportivos y aseguran que lo único que importa del resultado es si han ganado o perdido porque a esas edades no tiene ninguna importancia que los demás se enteren de cuántos goles se han marcado o recibido. La Federación Gallega de Fútbol ya propuso la medida la temporada pasada. Allí explican que todas las semanas tienen que lidiar con padres que les exigen que corrijan los datos porque sus hijos han marcado tantos y no cuantos goles. Reconocen que el problema es con padres y en ningún caso con los chavales. 
 Sin poner en duda ni la buena intención ni la existencia de una reflexión que ha desembocado en la medida, no está de más colocar sobre la mesa alguna derivada que se puede generar. Por ejemplo, por pura coherencia, se podrían llevar las cosas hasta el final. Así, no solo los goles, lo que habría que eliminar es la competición misma. Millones de españoles han crecido jugando al fútbol en patios, calles y campos llenos de cardos y piedras sin participar en ninguna competición. En interminables partidos, sin árbitro, ni registros, ni clasificaciones, ni uniforme, ni –por supuesto– padres mirando. ¿Peleas? Escasísimas y siempre olvidadas al día siguiente. ¿Lesiones importantes? Menos aún. ¿Traumas? El de tener que interrumpir porque había que irse a comer o cenar. Aprendieron a reconocer un penalti sin que hubiera un árbitro que se lo impusiera y a aceptar que había buenos y malos. No había banquillo. Todos jugaban. Siempre había sitio para uno más en el campo. Eso sí que era un juego de convivencia y aceptación. Todos diferentes y todos en el mismo juego. 
 Es importante aprender a ganar y perder cuanto antes. A saber por qué ha sucedido y a afrontarlo sin miedo a lo que digan los demás, incluyendo tu padre. Los que ganan merecen reconocimiento de todos y los que pierden la simpatía y el ánimo. No es lo mismo perder por goleada que en el minuto 93 o en los penaltis. De eso algunos sabemos mucho. Que lo importante es si se ha ganado o perdido es lo que enseñan las malas escuelas de negocios.
    
 Al hilo del artículo me he acordado de mi profesor de Fútbol en el INEF de Granada, el jienense Antonio Raya Pugnaire, que jugó en primera división con el Atlético de Madrid en la temporada 1970/1971 y en la 1973/1974. Él siempre decía que a los niños no había que preguntarles el resultado sino por cómo habían jugado y si se habían divertido. Lástima que todavía haya padres que no lo sepan.

Antonio Raya Pugnaire en su debut con el Atlético Madrid
Estadio Vicente Calderón, 1971
Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz

Antonio Raya en un Atlético Madrileño - Real Sociedad (Estadio Vicente Calderón, 1971)
Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz         

Antonio Raya Pugnaire. Club Deportivo Ensidesa (Avilés)
Segunda división, temporada 1976
Fotografía: Puche
Fuente: José A. Díaz en Revista Contraluz

Antonio Raya Pugnaire con la selección andaluza juvenil en 1966
Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz

Antonio Raya Pugnaire, internacional con la selección olímpica
Fuente: Juan A. Díaz en Revista Contraluz

 Un abrazo desde Calle 1 a Antonio Raya, y un saludo a Jorge Marirrodriga. Espero que no le importe que haya usado su texto en este post y les dejo aquí el enlace al artículo original del diario El País:

martes, 23 de octubre de 2018

ARDE TU CASA, O DE CÓMO ENFRENTARTE A LA PUTA ELA CON UN POCO DE HUMOR



Fue la portada del libro la que atrajo mi atención en la mesa de novedades. Después las primeras líneas de la contraportada:
Mi padre era un empresario de éxito que corría maratones. Ahora no puede ni moverse y le tengo que lavar las pelotas todas las mañanas.
 Luego leí la dedicatoria:
Dedicado a todas las personas que han perdido a algún ser querido por culpa del cáncer o de la ELA
Y por último abrí el libro por la página 16.
[Mi padre] era su propio jefe, lo cual le permitía distribuir su tiempo como mejor le convenía para pasar más tiempo con su familia de gañanes. Sus días arrancaban siempre con una taza de café y plantando un buen pino, y terminaban con una copa de vino en el jardín. Estaba viviendo el sueño.
 Todo le marchaba tan bien que hacía poco había empezado con un nuevo hobby: correr maratones. Su mejor amigo, Sam Larkin, lo había introducido en la movida dos años atrás. En mi opinión solo un enfermo mental querría torturar a su cuerpo al nivel que exige un maratón, pero mi padre parecía estar encantado con ello. Siempre le habían gustado los deportes –esquiaba todos los fines de semana en invierno–, así que supongo que tenía cierto sentido que se hubiera vuelto adicto a un nuevo tipo de ejercicio. Corría más de veinte kilómetros casi todos los días. Era su metadona, su oxígeno. Y se había convertido en parte de su nueva identidad: nuestro padre, el chalado de los maratones obsesionado con la vida sana.
 Acababa de completar el maratón de Chicago, el 20 de octubre de 2006. Su segundo maratón del mes. El primero había sido en St. George, al sur de Utah. Papá estaba intentando clasificarse para el maratón de Boston, algo así como la Super Bowl de los maratones para estos perturbados en zapatillas. Necesitaba completar la carrera de St. George en menos de tres horas y treinta y cinco minutos para clasificarse dentro de su grupo de edad. El entrenamiento obsesivo dio sus frutos. Se clasificó para Boston con un margen de unos segundos.

Maratones, cáncer, ELA y Dan Marshall, el autor, que me sonreía desde la página cero. Tenía que leerlo; aunque la faja del libro me aconsejase lo contrario:

NO LEAS ESTE LIBRO
(si no sabes reírte de tus desgracias)
"Intensamente conmovedor, brutalmente cómico". The Times

Arde tu casa, Dan Marshall (Blackie Books) Fotografía: Pedro Delgado

 Arde tu casa (Blackie Books, 2018) va de cómo el autor y sus peculiares hermanos tienen que volver al hogar familiar, en Salt Lake City (Utah), para cuidar de sus padres.
"Desgraciadamente a mi padre le acababan de diagnosticar la enfermedad de Lou Gehring* y mi madre luchaba contra un cáncer. Lo sé, suena muy muy deprimente. Sin embargo, intentamos afrontar la situación con humor. Mi sueño es que nuestra historia pueda servir para que otras personas que ahora mismo estén cuidando de algún ser querido enfermo –independientemente de la edad, la enfermedad y el contexto– puedan sentirse menos solas al saber que otro puñado de capullos (mi familia y yo) pasó por una situación similar tratando de salir lo menos malparados que pudieron. No estáis solos. Hay más gente hecha mierda al otro lado de estas páginas". 
Dan Marshall
 Dan Marshall, un autor del que nunca había oído hablar –y que viene a confirmarme que las editoriales están ahora más atentas que nunca a las nuevas voces–, tenía 25 años cuando vivió este tsunami familiar, de ahí que le resulte tan difícil escribir una frase completa sin usar ni un taco. Pero no hay impostura en su voz, así que las palabrotas, herencia materna, son un reflejo más de la personalidad del autor. Como su sentido del humor, crudo e irreverente pero divertido.
Los enfermeros trasladaron a mi padre con máximo cuidado, preguntando todo el rato si hacía falta entubarlo. Entubar a alguien implica meterle un tubo por la boca hasta los pulmones para que respire a través de él, un proceso que, a no ser que estés acostumbrado a comerte unas pollas del quince (no creo que fuera el caso de mi padre, aunque quién sabe), resulta doloroso a más no poder.
 Es su voz la que te mete dentro de la historia, la que te hace ponerte en la piel del propio Dan, pero también en la de su padre y su madre. El libro nos muestra así cómo es vivir cuando nos acosa la tragedia, cuando tenemos que enfrentarnos a una enfermedad inesperada e implacable. Y es por eso que, a pesar de ese humor a veces salvaje, uno no puede retener las lágrimas en el último capítulo. Más yo, que tengo un amigo que se enfrenta ahora mismo a la enfermedad y al que desde aquí quiero mandarle un cariñoso abrazo.

 Tratándose de un blog de atletismo, comentar que el tema de la maratón vuelve a aparecer en las páginas del libro en varias ocasiones, pues antes de que la enfermedad lo ancle a la silla de ruedas o a la cama, el protagonista está dispuesto a correr los 42 kilómetros y 195 metros de Boston. También a participar en la Golden Gate en San Francisco, una carrera de relevos que va de Calistoga a Santa Cruz con un recorrido de unos trescientos veinte kilómetros.

 
Mi padre estaba tan cansado después de la carrera que no podía ni levantar los brazos, que le colgaban del cuerpo como dos ramas rotas. Estaba sudadísimo de tanto esfuerzo. Necesitaba una ducha, y no iba a haber forma de que se la diese él mismo.
 –No pienso lavarle las bolas a mi padre –dije cuando mi madre sugirió que lo ayudara yo a ducharse.
 A no ser que estén borrachas o consumando su pasión, la mayoría de las personas no tienen muchas ganas de que otra persona les toque o les mire las partes de su cuerpo que les han enseñado desde pequeños a cubrirse y a ocultar al mundo. Mi padre era una persona. No le hacía ninguna gracia que otra persona se encargase de manipularle las pelotas. Y de entre todas las personas, yo era una de las que menos le apetecía que le ayudara en la ducha. Esa mierda no estaba dentro de los límites de nuestra relación padre-hijo. 
 Pero mamá insistió.
 –No seas gilipollas, Danny. Los dos sois hombres. Los dos tenéis polla. Supéralo –dijo.
 –No, no hace falta, en serio –intervino mi padre.
 –Bob, no puedes ni mover los putos brazos –le recordó mi madre.
 –Sí que puedo –respondió él mientras intentaba alzar los brazos sin conseguirlo.
 –¿Lo ves? No puedes –dijo mi madre–. Tienes que aceptar toda la ayuda que se te ofrezca.
 Y tenía razón. A mi padre no le gustaba molestar a nadie con sus problemas. No le gustaba nada pedir ayuda. Pero si queríamos que aquello funcionase, iba a tener que empezar a sentirse más cómodo recibiendo nuestra ayuda. Y yo a sentirme más cómodo dándosela.
 Aunque disfrutaba mucho de escuchar a mi pasivo padre y a mi agresiva madre discutir sin pausa, dije:
 –No importa. Venga, vamos a lavar esas pelotas.
 –No hace falta, de verdad. Me enjuago un poco y listo. –Mi padre seguía en sus trece.
 –No, Dan te ayuda. –Mi madre me puso el jabón en la mano y cerró de un portazo la puerta del baño con nosotros dentro–. No te olvides de limpiarle el prepucio por dentro –añadió desde el otro lado.

 Actualmente, científicos, médicos e investigadores están dejándose la piel tratando de descubrir formas de prevenir, tratar y curar esta horrible enfermedad, pero necesitan ayuda. Un buen porcentaje de lo que el autor ingrese por las ventas de este libro irá  a parar a la Asociación contra la ELA (www.alsa.org), así que desde aquí quiero daros las gracias a todos los que os hagáis con un ejemplar. También a los que lo recomendéis. Y como diría el autor: ¡Muchas gracias, y que le den por culo a la ELA!

Nota: Todos los textos a color están extraídos de la primera edición de Arde tu casa de Dan Marshall (con traducción de Jorge de Cascante), publicado por Blackie Books en septiembre de 2018.

*"La enfermedad de Lou Gehrig, llamada así en honor al famoso jugador de béisbol de los Yankees de Nueva York, es una enfermedad degenerativa de tipo neuromuscular. Se origina cuando unas células del sistema nervioso llamadas motoneuronas disminuyen gradualmente su funcionamiento y mueren. Sin esas neuronas, el cerebro no puede comunicarse con los músculos. Así que, por ejemplo, si un enfermo avanzado de Lou Gehrig quiere mover la pierna o el brazo, el cerebro tratará de comunicárselo a los músculos, pero estos no le harán caso porque el mensaje se habrá perdido por el camino. La dolencia también afecta al diafragma, que ayuda a que el aire entre en los pulmones. El nombre técnico de la enfermedad es esclerosis lateral amiotrófica (Abreviada como ELA). Una persona con ELA no deja de sentir nada y su cerebro funciona sin problema. Resumiendo: te conviertes en prisionero de tu propio cuerpo. Algunas personas alargan su vida con ventilación mecánica [...]. Los médicos siguen sin saber qué causa la ELA, y se ha descubierto muy poco acerca de cómo tratarla. Hablando en plata, la ELA es una hija de puta de las más grandes [...]".

jueves, 18 de octubre de 2018

DEPORTES ZULAICA


Cierra Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

La tienda ubicada en el número 4 de la calle Calderería, a unos 180 metros de la plaza de la Constitución, echa el cierre tras 68 años de servicio a los deportistas de Málaga, y lo hace por la jubilación de Antonio Bonilla y Juan Trujillo, sus dos propietarios, quienes han recibido estos dos últimos meses el cariño de clientes y amigos, asombrados y apesadumbrados por ese inesperado adiós.
 Como decía una clienta: ¿A quién vamos a darle los buenos días ahora en este centro de papel cartón?, porque uno no sólo pasaba por allí para comprar unas zapatillas, también lo hacía para saludar a Antonio y a Juan y departir con ellos sobre lo divino y lo humano del atletismo, un deporte que Antonio vivió en primera persona como atleta de fondo y del que sólo pudieron apartarle las lesiones. Llegó a correr la maratón de Nueva York en 1991 (aún se le pone la piel de gallina cuando te narra y revive la experiencia), por lo que sabía de qué iba el tema y podía asesorarte sobre zapatillas mejor que nadie.

Antonio Bonilla (de rojo y amarillo) entrando en meta
Maratón de Nueva York, 1991

 Antonio y Juan comenzaron de empleados en 1972 en la antigua Zulaica, la tienda de deportes y armería que abrió la familia Zulaica Beltrán en 1940 en la esquina de la calle Granada con la calle Echegaray. Luego, en 1982, Antonio pasó a despachar a la segunda tienda, abierta en 1950 en calle Calderería. A ella llegó también Juan en el 2003, cuando cerraron la primera tienda. Y fue en el 2008 cuando ambos cogieron las riendas del negocio, pasando de empleados a propietarios. En todos esos años Antonio y Juan han vivido el bum del deporte, pero también en esta última década la destrucción del tejido comercial que había en el centro, dando paso el pequeño comercio tradicional –por mor de subidas inasumibles de las cuotas de alquiler– a franquicias diversas, restaurantes y bares que no han hecho más que despersonalizar sus calles y alejar a los vecinos que las habitaban (y sé de lo que hablo porque estuve viviendo once años en la calle Correo Viejo). Y junto a ello, han tenido que luchar contra la competencia de los negocios online de las grandes corporaciones que se comen gran parte del pastel. "Lo que nunca entenderemos es que alguien venga aquí a la tienda a probarse unas zapatillas y luego se las compre por internet porque le cuesten 4 euros menos. Eso es triste y, al final, va a ser verdad eso de que tenemos las tiendas que nos merecemos. De todas formas, nosotros hemos subsistido gracias a una clientela fiel que ha dado prioridad al calor humano, y a la que siempre le estaremos agradecida, gente que ha pasado por aquí a despedirse y que nos pedía que no cerrásemos. Algunos se han emocionado hasta la lágrima. E imagínate el nudo que tenemos nosotros en la garganta".

Pedro Delgado, Antonio Bonilla y Antonio Bonilla hijo
Málaga, 29 de septiembre de 2018. Fotografía: Lucía Rodríguez

Juan Trujillo y Pedro Delgado a las puertas del IES Isaac Albéniz
Málaga, 4 de octubre de 2018

Lucía Rodríguez con Antonio Bonilla en la puerta de Deportes Zulaica
Fotografía: Pedro Delgado

 El pasado sábado 29 de septiembre, ya consumado el cierre, me pasé por la tienda con Lucía. El local estaba desangelado, con las estanterías y los expositores vacíos y cajas de embalaje a medio cerrar. Daba pena ver cómo se le iba la vida a la tienda.

Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

Cierra Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

Cierra Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (el probador). Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (pósters en la escalera). Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (en la escalera de subida al almacén)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (en la escalera de subida al almacén)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (pósters, láminas y almanaques en la escalera de subida al almacén)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (almacén). Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

Deportes Zulaica (planta de arriba que servía de almacén). Fotografía: Lucía Rodríguez

Cierra Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

Cierra Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

 "No os podéis imaginar las cosas que han aparecido", nos dijo Antonio al vernos, y nos llevó al almacén de arriba para enseñarnos cinco cajas con las primeras zapatillas John Smith que llegaron a Málaga,

Cajas con las zapatillas John Smith originales (Deportes Zulaica)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Primeras zapatillas John Smith que llegaron a Málaga (Deportes Zulaica)
Fotografía: Lucía Rodríguez Vicario

unos bastones de esquí del año catapún,

Bastones de esquí del año catapún (Deportes Zulaica)
Fotografía: Lucía Rodríguez

una caja llena de escudos de fútbol de aquellos que llevábamos de chavea en nuestras camisetas (imaginaros que el escudo del Bilbao ponía Atlético en lugar de Athletic Club),

Antonio Bonilla y Pedro Delgado en Deportes Zulaica
Escudos antiguos de fútbol. Fotografía: Lucía Rodríguez

Escudos antiguos de fútbol (Deportes Zulaica). Fotografía: Lucía Rodríguez

una colección de monedas de 1982, de cuando el mundial de fútbol se celebró en España y Málaga fue una de las sedes (aún conservo mis entradas de aquellos partidos)

Pedro Delgado y Antonio Bonilla en Deportes Zulaica
Fotografía: Lucía Rodríguez

Monedas conmemorativas del Mundial de Fútbol de 1982, celebrado en España
Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

y unos guantes de portero inmaculados que debían rondar los 40 años.

Guantes de portero adidas de finales de los 70
Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

 "Y mira esa foto del Real Madrid de Amancio y Pirri, firmada por muchos de los jugadores", me dijo señalando la pared que había al final de la escalera (luego he investigado por internet y resulta que es del equipo de la temporada 1971/72, con García Remón, Tourino, Benito, Verdugo, Pirri, Zoco, Aguilar, Amancio, Santillana, Velazquez y Grosso).

Equipo de fútbol del Real Madrid en la temporada 1971/72
Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

 Al lado había otra del Málaga, que también debía tener sus años pues era un póster del ya desaparecido diario Sol.

Equipo de fútbol del Club Deportivo Málaga. Diario Sol de España
Deportes Zulaica. Fotografía: Lucía Rodríguez

 "La vida pasada envolviendo el presente". Le pedí a Lucía que lo fotografiase todo con su iPhone, en un intento de retener aquellas reliquias y el propio espíritu de la tienda, y estuvimos allí charlando con Antonio más de una hora, repasando por última vez las fotos antiguas que guardaba en un sobre y que atestiguaban que era verdad eso de Nueva York y Lisboa. Las tenía en la tienda para poder compartirlas con los amigos. "En mi casa estarían en un cajón y no las vería nadie". "Como tengo yo las mías". "¿Y ahora a quién le voy yo a enseñar estas fotos?"

Pedro Delgado y Antonio Bonilla viendo fotos de atletismo en Deportes Zulaica
Fotografía: Lucía Rodríguez

Fotos de atletismo de Antonio Bonilla (Deportes Zulaica)
Fotografía: Lucía Rodríguez

Antonio Bonilla (dorsal 142) en la maratón de Lisboa, noviembre de 1997
Deportes Zulaica / Fotografía: Lucía Rodríguez

Maratón de Nueva York 1991
Antonio Bonilla (Deportes Zulaica)

Fotografías de Antonio Bonilla, recuerdo de su participación en la maratón de Nueva York en 1991
Fotografía del montaje: Lucía Rodríguez

Antonio Bonilla entrando en meta en la Maratón de Madrid, abril de 1997

Antonio Bonilla con Fabián Roncero / Media Maratón de Málaga 1999
Deportes Zulaica / Fotografía: Lucía Rodríguez

Antonio Bonilla en uno de los primeros triatlones de la Cala del Moral
(Rincón de la Victoria, Málaga)

Antonio Bonilla en el podio del Triatlón de Marbella

 Al salir, mientras caminábamos hacia la moto, nos acordamos de cuando vivíamos en el centro y nos pasábamos por la tienda con los niños pequeños, que se empeñaban en botar todos los balones del expositor para disgusto de Lucía, que tenía que andar riñéndoles para que no los ensuciaran o tiraran con ellos algo de los expositores. Sentíamos un dolor extraño al saber que habíamos pisado la tienda por última vez, pero también compartíamos la certeza de que Deportes Zulaica seguirá abierto en la memoria y en el corazón de todos los que cruzábamos habitualmente el umbral de su puerta. El recuerdo de aquellos momentos era la herencia que nos habían dejado.

 Antonio y Juan saben el cariño que les tengo, así que desde este blog quiero desearles lo mejor en su jubilación, y que tengamos salud para poder seguir viéndonos y poder seguir hablando de atletismo y de lo que se tercie muchos años más, si no ya en el mostrador de la tienda, en la terraza de un bar.

 "¿Y ahora dónde vamos a comprar nuestras Munich?"

Zapatillas Munich. Fotografía: Lucía Rodríguez